Yo que he pasado tanto tiempo refugiándome en libretas de anotaciones y blogs clandestinos, comienzo nostálgicamente a pensar en todo aquello que he hecho, pensado y escrito con palabras de inconsciente.
Anoche, a las 2 am, en una cama, que no era la mía, con una música que siempre he considerado mía, escribí sobre aquellos días. Días de pertenencia, fotografías, gatos, duchas heladas y un clóset que llegó a ser ocupado por la mitad de mi ropa, mis libros de sociología y literatura latinoamericana, mis revistas de moda e infinidad de absurdos objetos que me encantaba recolectar en aquellos días.
A veces no sé qué tanto hablo o pienso sobre esos días. No sé si fueron mejores o peores. No sé cuántas servilletas utilicé. Cuántas fotos le tomé. Cuántos libros leí en aquel sofá de cuero vinotinto. Cuántas veces había que barrer la escalera de la entrada. Cuántas veces cité mis libros favoritos. O cuántas veces corríamos al mercado de la esquina antes de que cerraran, para poder comer algo mientras desde la cama sólo veíamos reflejos y sonaban voces y risas.
Irme no fue lo de menos, recuerdo exactamente el último día que estuve en la casa y dije que no aguantaba más. Recuerdo su cara triste ese día que me bajé del auto y decidí volver a mi antigua casa para siempre. Quizá ese día descubrí que la felicidad sólo viene empaquetada en cajitas de música.
Anoche, a las 2 am, en una cama, que no era la mía, con una música que siempre he considerado mía, escribí sobre aquellos días. Días de pertenencia, fotografías, gatos, duchas heladas y un clóset que llegó a ser ocupado por la mitad de mi ropa, mis libros de sociología y literatura latinoamericana, mis revistas de moda e infinidad de absurdos objetos que me encantaba recolectar en aquellos días.
A veces no sé qué tanto hablo o pienso sobre esos días. No sé si fueron mejores o peores. No sé cuántas servilletas utilicé. Cuántas fotos le tomé. Cuántos libros leí en aquel sofá de cuero vinotinto. Cuántas veces había que barrer la escalera de la entrada. Cuántas veces cité mis libros favoritos. O cuántas veces corríamos al mercado de la esquina antes de que cerraran, para poder comer algo mientras desde la cama sólo veíamos reflejos y sonaban voces y risas.
Irme no fue lo de menos, recuerdo exactamente el último día que estuve en la casa y dije que no aguantaba más. Recuerdo su cara triste ese día que me bajé del auto y decidí volver a mi antigua casa para siempre. Quizá ese día descubrí que la felicidad sólo viene empaquetada en cajitas de música.
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